Homilía en la Misa de Noche buena, Catedral de Caracas, 24
de diciembre de 2017
+Jorge
L. Urosa Savino, Cardenal Arzobispo de Caracas
ARQUIDIÓCESIS DE CARACAS |
“Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los
hombres que ama el Señor” Lc 2, 14
Movidos
por nuestra fe, nos hemos congregado en esta noche santa de Navidad, queridos
hermanos, para festejar la
extraordinaria manifestación de la inmensa misericordia de Dios a la humanidad:
nuestro amoroso Padre celestial nos ha enviado
a su Hijo único, Dios de Dios luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
para que, hecho hombre, glorificara a Dios en el Cielo y trajera paz a la humanidad en la tierra.
QUÉ ES LA NAVIDAD
El
cántico de los ángeles en el cielo nos indica en pocas palabras el sentido del
nacimiento de Jesús, el significado de esta fiesta de la Navidad. No se trata de
un carnaval, no es una celebración hueca y sin sentido. Se trata de conmemorar
y luego festejar, en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestras comunidades,
en la Iglesia extendida por todo el universo, la inmensidad del amor de Dios,
que tanto ha amado a la humanidad que nos ha enviado a su Hijo único, para que
todos los que creamos en El tengamos vida eterna (Cfr. Jn 3, 16).
De
manera que el primer elemento o efecto
de la Navidad es la manifestación de Dios al mundo. En la carne humilde y tierna del niño de Belén, el
Dios infinito y todo poderoso, el creador del Universo, el supremo arquitecto,
el dueño de cielo y tierra, se nos revela a los hombres que vivimos en las
tinieblas del mundo, agobiados y perturbados y confundidos por las cosas de
este mundo , para que lo conozcamos, para que, como dijo más tarde el mismo Jesús,
los que lo sigamos no caminemos en tinieblas, sino que tengamos la luz de la
vida ( Cf. Jn 8, 12).
La
Navidad es la revelación de la grandeza de Dios, de su misericordia, su amor y
su voluntad, que es la salvación del mundo entero, de toda la humanidad, de todos
los que vivimos “en tinieblas y sombras
de muerte” (Lc 1, 79). En este mundo secularizado, que rechaza a Dios,
que lo quiere sacar de la vida humana, que quiere prescindir de Dios en la vida
económica, en la política, en la vida familiar y conyugal, que promueve la
anticultura de la muerte con el aborto y la eutanasia, la Navidad proclama la existencia de un Dios
amoroso, el Dios de la vida, el Dios de la felicidad, que santifica la familia, que exalta la vida
de los más humildes y pobres, como el niño de Belén.
Por
eso, como he dicho en mi Mensaje de Adviento y Navidad para este año, la Navidad
es una fiesta religiosa: festejamos
a Dios que se hace hombre, y acogemos su invitación a unirnos a El por la fe.
Eso es la Navidad. Los regalos, las comidas, las fiestas, son secundarias.
LIBRES DEL HORROR DE LAS TINIEBLAS DE LA MUERTE Y DEL MAL
Y
nosotros, los católicos, y especialmente los seminaristas, los religiosos y las
religiosos, los ministros el altar, henos de meditar en este aspecto religioso,
de revelación de Dios, de lo sobrenatural, de lo divino, para tener el entusiasmo
y la fuerza de comunicar esa realidad a nuestros hermanos. No nos dejemos desviar del sentido más profundo de la Navidad:
es la manifestación de Dios, es el inicio de la revelación de Jesús, la luz del
mundo, el Salvador.
Precisamente
el mensaje del ángel a los pastores nos insiste en eso: No hemos de tener miedo
en ninguna circunstancia, pues nos ha nacido un salvador. Y hemos de preguntarnos: De qué nos salva el
Hijo eterno e Dios hecho hombre?
Nos
salva de la fuerza terrible del pecado y del demonio, nos salva de la maldad,
de la confusión, de la tristeza y oscuridad de la falta de fe, del horror del
odio y de la crueldad, del envilecimiento
de la humanidad en la idolatría del dinero, del horror de la guerra, de la
destrucción de la juventud por la droga, de la impiedad y de la indiferencia religiosa, de las pasiones
desenfrenadas, de la lujuria, en fin de
todo lo que conduce al dolor, a la
muerte, y a la destrucción de la humanidad.
Por
esa razones, porque nos ha nacido el Salvador, porque nosotros, los que aquí
estamos, junto con los más de mil
trescientos millones de católicos en el mundo, sabemos que Dios está con nosotros
y nos ama para salvarnos del horror del mal y para llenarnos de vida y felicidad por toda la
eternidad, demos gracias a Dios!!! ¡
Gracias, Señor, gracias!
PAZ EN LA TIERRA
La
Navidad hace que nos sintamos amados por
Dios. Y al mismo tiempo nos recuerda que estamos llamados a amarlo y amar a nuestro prójimo. El Cántico del coro
angelical luego de decir “GLORIA A DIOS EN EL CIELO”, dice “Y PAZ EN LA TIERRA!
La Navidad manifiesta el amor de Dios a la humanidad y el objetivo de ese amor,
que es llevar paz a todos los hombres y mujeres
del mundo.
Por
eso la Navidad es, como lo han afirmado los evangelistas y los Padres de la
Iglesia un llamado insistente y apremiante al amor fraterno. San Juan
Evangelista nos dice claramente que el que dice que ama a Dios, a quien no ve,
y no ama a su prójimo, a quien sí ve, es
un mentiroso! Cfr. 1 Jn 4, 20)
Nosotros
estamos llamados por el Señor comunicar
paz, a llevar paz, a eliminar la tristeza y el dolor, el conflicto y el odio,
el egoísmo y la indiferencia, la crueldad y la guerra, la injusticia y la
opresión. Por eso la Navidad debe
impulsarnos a todos, cada uno de nosotros según nuestra condición. A querer
amar a nuestros hermanos y a trabajar por un mundo mejor, a promover la convivencia
social, a trabajar por la paz.
Este
llamado, mis queridos hermanos, se dirige por supuesto a nosotros, los
ministros del altar, los consagrados al Señor, los seminaristas, que hemos sido
invitados a consagrar nuestras vidas al Señor
para glorificar a Dios y para trabajar por la paz. Y es muy importante que así
lo sintamos, al acoger en nuestros corazones nuestra sublime vocación sacerdotal.
TODO OBLIGADOS A TRABAJAR POR LA PAZ
Pero no solamente los consagrados al Señor: todos los católicos
estamos llamados a trabajar por la paz, mediante el cumplimiento de los diez
mandamientos de la Ley de Dios
Los cristianos nos
llenamos de alegría y entusiasmo en esta celebración, en esta temporada
litúrgica, para volcarnos con fuerza hacia nuestros hermanos, para ayudarlos,
para comunicarles el amor de Dios de forma concreta. Este llamado es muy urgente y muy evidente hoy, cuando Venezuela
vive una situación inédita de escasez de alimentos y medicinas, de repuestos y
de cosas fundamentales para la vida social, como, por ejemplo la gasolina, algo
increíble en un país petrolero... Nosotros debemos abrir nuestros corazones a
nuestros hermanos más necesitados, y compartir con ellos nuestros bienes, y
ayudar a resolver la situación que estamos viviendo. Por supuesto: la mayor obligación
recae sobre las autoridades, que tienen la obligación constitucional de
proteger al pueblo, especialmente a los más débiles, y de garantizar a todos
los ciudadanos el derecho a la comida, a la salud, al transporte, a la libertad,
a la información, en fin, todos los derechos humanos. Y es preciso exigirles
que cumplan esa obligación. Pero también los líderes de los diversos sectores
de la sociedad tienen obligación de trabajar por la paz y abrir sus corazones a
los necesitados y resolver los problemas que nos agobian: los intelectuales,
los académicos, los universitarios, los dueños y profesionales de los
medios de comunicación social, los artistas, y sin duda la Fuerza Armada
Nacional... Todos los sectores debemos trabajar para solucionar esta terrible situación
que está causando dolor, tragedia y muerte, especialmente entre los más
débiles, como son los niños de los pobres.
Y cada uno de nosotros, queridos hermanos, desde nuestra
situación personal, hemos de ayudar a solucionar esta situación, especialmente
ayudando a nuestros hermanos más pobres. En ese sentido hemos e fortalecer en Caracas
y en toda Venezuela iniciativas como la Olla comunitaria o solidaria. Y apoyar
el esfuerzo que se está haciendo por parte de la Iglesia, a través de las Parroquias,
de Cáritas de Caracas y de Venezuela.
CONCLUSIÓN
“ Gloria a Dios en el Cielo y paz en la tierra a los
hombres que ama el Señor!”
Con
la alegría que suscita en nuestros corazones el canto de los ángeles, con la
ayudad de Dios y de la Stma. Virgen María, vamos a glorificar a Dios en
nuestras vidas, hermanos. Cumpliendo sus mandamientos, siguiendo a Jesús,
viviendo de acuerdo a su palabra, que es palabra de vida eterna.
Los invito a
acercarse a los santos sacramentos en estos días festivos. Para tener
fuerza para cumplir la palabra de Dios, y trabajar por la paz. Vivamos con el
corazón abierto a los demás, ayudando a los más pobres. Y recemos con
intensidad al Señor para que los venezolanos podamos resolver nuestros
conflictos de manera pacífica. Amén.
¡VIVA
JESUCRISTO, NUESTRO SALVADOR!
¡VIVA
LA VIRGEN MARIA!
¡VIVA
LA IGLESIA!
¡VIVA
EL PAPA!
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